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Este mineral es el componente principal de las baterías para coches eléctricos, y su producción es esencial para la movilidad del futuro. Por eso, algunos países tratan de nacionalizar sus reservas o de encontrar yacimientos para explotarlos de forma pública o privada.
Hace unos meses, la noticia pasó desapercibida, a pesar de su importancia. Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, prometió en Sonora que nacionalizaría unas reservas de litio de más de 230.000 hectáreas. La explotación de este mineral en el estado del norte, esencial para las baterías de los coches eléctricos, se declararía de titularidad estatal.
En realidad, este gesto era un paso más simbólico que efectivo. Este país centroamericano no está entre los mayores productores del mineral, pero sí da un mensaje claro: tener sus reservas bajo custodia pública es un buen negocio ante lo que se avecina. El litio es el elemento que diseña el futuro. Y quien lo tiene no quiere apearse del tren que lleva a la transición ecológica.
Los ojos andan puestos sobre este mineral y los suelos donde se encuentran. Las mayores reservas, en realidad, están en Estados Unidos, Australia, China y el triángulo latinoamericano formado por Bolivia, Chile y Argentina (entre los tres suman el 80% mundial). Allí se enfocan las miradas de todas las compañías y gobiernos. Hay incluso un proyecto en ciernes en las proximidades de Cáceres, en España. Pero de momento es eso, un proyecto, y tiene a la población dividida: por un lado, generaría puestos de trabajo, y por otro, se duda del impacto medioambiental.
Quienes no tienen dudas son los miembros del llamado triángulo del litio, ubicado en mitad de una extensa llanura que abarca buena parte de la conocida como diagonal árida de América del Sur, en el flanco oeste del continente. Este territorio cuenta con unas características geológicas únicas en el mundo. Y allí —entre los salares del Hombre Muerto, Antofalla y Arizaro (Argentina), el de Atacama (Chile) y el de Uyuni (Bolivia)—, las multinacionales pujan por el control de las minas.
Se juegan mucho: en el triángulo del litio hay tanta cantidad de este material como petróleo en Arabia Saudí. Y la demanda no para de crecer. Según la plataforma de datos Statista, en 2019 alcanzó las 263.000 toneladas, que ascendieron a las 327.000 en 2020 y a 465.000 en 2021. Según sus cálculos, en el año 2030 se demandarán 2,1 millones de toneladas. Y cada vez serán más: basta con ver la reciente prohibición europea de la comercialización de vehículos diésel y gasolina de cara a 2035.
El litio se extrae separándolo de las rocas de las que forma parte y de las aguas minerales. Los principales minerales de los que se extrae son lepidolita, petalita, espodumena y ambligonita.
De esta forma, muchos países se aprestan para averiguar qué hacer. La nacionalización anunciada en México puede propagarse a otras latitudes y en algunos puntos del mapa se observa el terreno y se buscan yacimientos para explotarlos de forma pública o privada. Las minas de Chile y Argentina, por ejemplo, operan bajo la iniciativa privada. En el caso de Bolivia, la encargada de hacerlo es la empresa pública Yacimientos de Litio Bolivianos, que cuenta con el monopolio desde el año 2008. Todas esas compañías exportan el litio a países de la Unión Europea y a potencias como Rusia o China.
Otros lugares del mundo, aunque en menor volumen, también tienen litio. Australia concentra el 5,7%, China el 1,5% y Estados Unidos el 0,9%. Cantidades menos llamativas como las del tridente sudamericano, pero que mueven posiciones en las fichas del tablero mundial.
Pasa con España, por ejemplo. No es un gran protagonista, pero cuenta con un enclave jugoso. A solo dos kilómetros del centro de Cáceres se halla el mayor yacimiento de litio de la península y el segundo mayor de toda Europa. Su explotación está a cargo de la multinacional australiana Infinity Lithium y lleva años encallada: la oposición de vecinos y ecologistas ha postergado el arranque de la actividad. Como en otros casos más regulados, la conciencia nacional sobre el medioambiente ralentiza los proyectos. No todos tienen este problema.
Por otro lado, ya se empieza a hablar de cambiar el modelo por algo fabricado a base de cloruro de sodio y alúmina. Pero hasta entonces, aún queda un largo trecho: en 2022 se calcula que hicieron falta 11 millones de unidades necesarias para los coches eléctricos y en 2023 se prevé que harán falta otros 13 millones, según el ritmo de un 20% de crecimiento que lleva años encadenándose.
Tal y como declaraba David Valls, director en España de Infinity Lithium, al blog especializado Pictet, “las baterías de litio no serán solo una necesidad para los próximos 10 años; requieren enormes inversiones por parte del sector del automóvil y serán necesarias durante los próximos 30 o 40 años, como mínimo».