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Escuchamos y leemos sobre ella de forma constante. La del 5G se ha convertido en una de las siglas más presentes en nuestras conversaciones de los últimos meses. Ni siquiera se ha librado de ser protagonista de teorías conspiranoicas que la acusan de estar detrás de la actual pandemia.
Confabulaciones al margen, de lo que no cabe duda es de que su irrupción afectará a innumerables facetas de nuestras vidas. Con su velocidad, que nos permitirá navegar hasta 70 veces más rápido que con la 4G, o su latencia (el tiempo que tarda en realizarse una transacción de datos en la red) de apenas 1 o 2 milisegundos, la tecnología supondrá un antes y un después en ámbitos como el teletrabajo, y en sectores concretos como el sanitario o el de la educación, entre otros muchos.
También la movilidad urbana e interurbana se verá influenciada por las posibilidades de la interconexión digital del internet de las cosas (IoT). De ello hemos hablado con José Francisco Monserrat, investigador de la Universidad Politécnica de Valencia y asesor del Banco Mundial en materia de transportes y 5G.
El investigador ha formado parte del equipo que ha desarrollado un informe para esta institución en el que se evidencia el impacto social y económico que el 5G propiciará en diversos ámbitos, entre ellos, en el del transporte.
A tenor de las consecuencias que tendrá la implantación del 5G, ¿es de los que opina que, más que una evolución, esta tecnología supone una revolución?
La verdadera revolución se producirá cuando todo se pueda conectar y lo haga de manera fiable. Que los vehículos se comuniquen entre sí y con el resto de infraestructuras. El gran catalizador de lo que podría llamarse segunda fase del 5G, en materia de movilidad, será el coche autónomo y conectado. En 2030, fecha para la que se calcula que ya habrá vehículos autónomos circulando con toda normalidad, sí podremos hablar de revolución. Y es algo que ocurrirá en apenas 10 años.
De todo lo que esta tecnología aportará y está aportando , ¿con qué se queda?
Probablemente con lo que aportará a la seguridad vial, con la reducción de accidentes provocados por el componente humano. Se salvarán muchas vidas.
Pero también será elemental lo que repercutirá en materia económica debido a que la conducción será mucho más eficiente. Hablamos de hasta un 50% de ahorro en carburantes al evitarse, por ejemplo, los atascos. Los coches se comunicarán entre sí y con los semáforos y demás elementos de la vía, y podrán improvisar trayectos alternativos logrando una movilidad más fluida.
También reducirán los tiempos en los desplazamientos, habrá más coches compartidos –por lo que se reducirá el número de vehículos–, mejorarán los índices de contaminación de las ciudades… Todo esto es muy relevante.
¿Hasta qué punto es necesaria una labor pedagógica para que los agentes que tienen que implicarse en la implantación del 5G sean conscientes de la importancia de invertir en esta tecnología?
Creo que es fundamental; y, de hecho, yo mismo cundo con el ejemplo siempre que puedo. Esa pedagogía es necesaria con los Gobiernos y con los agentes implicados en la toma de decisiones, pero también con el usuario final, quien tiene que tener en cuenta la idoneidad de decisiones como el cambio a un coche eléctrico, el uso del coche compartido, etc.
Los jóvenes lo tienen claro, pero para los que ya superamos los 40 se nos va a hacer difícil interiorizar este tipo de cosas. Va a ver una transición generacional y para eso es necesaria la pedagogía.
En el informe se analiza el impacto que las inversiones en infraestructuras 5G puede tener en los países en vías de desarrollo. ¿Cómo puede influir en estas economías?
Es un tema complicado porque en los países pobres o muy pobres a las operadoras y agentes implicados, a veces, no les salen las cuentas. La gran inversión que les supone implantar el 5G no les sale rentable, ya que se trata de mercados que no son lo suficientemente grandes y con el suficiente número de usuarios como para que les pueda merecer la pena invertir. Hay que tener en cuenta que hasta 20 países del mundo no disponen ni siquiera de 4G. Esto supone una gran barrera.
De hecho, el propósito del informe realizado para el Banco Mundial es el de motivar a estos operadores, pero también a los Gobiernos locales, para que impulsen estas inversiones. Por ejemplo, en lugares como Bangladesh, uno de los mayores puertos textiles, el problema en ocasiones viene después, en el tránsito de mercancías dentro del propio país. Las infraestructuras y los transportes son rudimentarios (en burro, en muchas ocasiones).
En estos casos resulta esencial explicar a las autoridades lo beneficioso que podría resultar la inversión en 5G para mejorar el transporte de mercancías (por ejemplo, a la hora de conectar a los diferentes transportistas que en esos momentos están parados y pueden ayudar a optimizar los tiempos de entrega). Una inversión que, además, permitiría que toda la población del país tuviera acceso al móvil. Es una labor de pedagogía más que necesaria.
¿Y a los usuarios finales? ¿También nos hará falta cambiar el chip?
La agenda señala que, para 2030, los coches autónomos circularán con total normalidad, que en 2040 será lo más usual y que en 2050 ya no conduciremos. A los que somos conductores apasionados nos va a costar, pero nos tendremos que adaptar. Como decía antes, será mucho más fácil para las generaciones que vienen detrás. Muchos ni siquiera se sacan el carnet, están acostumbrados al coche compartido, no conciben tanto la necesidad de tener un coche en propiedad como nosotros. Ellos sí lo ven como una gran oportunidad porque la nueva movilidad y el coche autónomo les permitirá sacar más partido de sus trayectos (podrán, por ejemplo, trabajar, leer, ver una película mientras conducen su coche autónomo…).