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Las carreteras sirven para unir. Reducen distancias, acercan personas. Todo esto es cierto, pero solo desde una óptica antropocéntrica. Distintos ingenieros y biólogos se dieron cuenta en los años 50 de que las carreteras unían a los humanos pero separaban a los animales. Podían cercenar ecosistemas, aislar a poblaciones de animales, eran auténticas cicatrices que fragmentaban hábitats. Y se decidieron a cambiar esta realidad construyendo puentes para animales.
Los primeros puentes para animales se empezaron a construir en Francia en los años 50. En un principio no pasaron de ser una estructura exótica, pero distintos estudios han confirmado su eficicacia y los han convertido en una práctica común en todo el mundo. Hoy en día hay túneles para pingüinos, puentes para cangrejos, cuerdas para cotorras… Y, sobre todo, puentes para grandes mamíferos.
Antes de que existieran los corredores naturales la situación en las carreteras era dramática. Las señales de tráfico que avisan de la presencia de animales salvajes están ahí por algo. Más de 220 millones de animales silvestres mueren atropellados cada año en Europa según un estudio de la organización Frontiers in Ecology and Environment. Y estos accidentes suponen también un grave problema para la seguridad vial.
Pero los accidentes no son el único problema. Las carreteras dividen las poblaciones de fauna y flora en subpoblaciones más pequeñas y más vulnerables. La fragmentación del hábitat reduce las posibilidades de alimentarse o encontrar pareja, poniendo en riesgo a muchos animales. El problema es grave, pero en los últimos años se ha reducido de forma notable gracias a la construcción de corredores de fauna y flora. Y su uso no hace sino aumentar año tras año.
El más largo del mundo se encuentra en Holanda, se llama Natuurbrug Zanderij Crailoo y mide más de 800 metros. Pero el más conocido es otro: el del Parque Nacional Banff, en Canadá. En realidad, no se trata de un paso sino de 24, que convierten en porosa la gran autopista transcanadiense. Su fama proviene de los numerosos estudios que se han llevado a cabo en ellos, convirtiéndolos en un campo de pruebas mundial que ha demostrado cómo funcionan estas estructuras.
Utilizando distintas técnicas para monitorear a los animales, los científicos reportaron que 10 especies de grandes mamíferos (osos, alces, venados, pumas, coyotes, lobos…) utilizaron los 24 pasos de Banff 84.000 veces en diez años. Desde su inauguración en 1996 hasta enero de 2007. Pero lo más interesante no es ver el número total, sino cómo se distribuye. En los primeros años pocos animales querían cruzar, pues no estaban familiarizados. Pero con el paso del tiempo se vió que aprendieron a cruzar puentes.
Por ejemplo, los cruces de osos grizzly aumentaron de siete en 1996 a más de 100 en 2006. Se obtuvo un conjunto similar de observaciones para lobos, con los cruces aumentando de dos a aproximadamente 140 sobre el mismo periodo de 10 años. Muchos de estos cruces, además, estaban protagonizados por unos pocos animales, lo que viene a confirmar que una vez que aprenden a usar los pasos, que les pierden el miedo, repiten.
Más de 220 millones de animales silvestres mueren atropellados cada año en Europa
Los pasos de fauna se colocan también para no interferir en las rutas migratorias de los animales. Son mundialmente famosas las imágenes de la invasión de los cangrejos en las carreteras de Cuba, una migración que hasta hace poco diezmaba la población de cangrejos rojos en la isla y dificultaba enormemente desplazarse por determinadas zonas.
La creación de túneles y puentes ha permitido que las rutas de humanos y cangrejos se superpongan sin colisionar. Es un ejemplo concreto que refleja una evolución global. Las carreteras sirven para unir personas y renunciar a su uso es imposible. Pero se pueden limitar sus externalidades negativas, reducir el impacto ambiental de las mismas. El uso de los corredores naturales es un claro ejemplo de cómo hacerlo.