Algunos países poseen un índice excesivo de tráfico, convirtiendo la movilidad en una pesadilla y aumentando las tasas de contaminación.

Miquel Silvestre lo tiene claro: en India es donde peor lo ha pasado. Este escritor nómada, que deambula por el planeta a lomos de una moto de gran cilindrada, no duda al nombrar este país asiático cuando se le pregunta por el lugar más complejo. “El tráfico en el mundo es caótico. Eso es lo normal. Pero allí es exagerado, increíble”, avisa. Los motivos que enumera son variados: prescindir del casco, ir rápido, no respetar ningún tipo de sentido en la calzada, convivir con cualquier ser vivo o vehículo y cargar hasta once personas en un coche. “He visto llevar camas o corderos en los asientos”, relata con asombro.

Cualquiera que haya viajado a la India coincidirá con Silvestre, un motorista y escritor nacido en Denia (España) en 1968. También, se planteará también cómo lo soportan quienes lo sufren a diario y no solo en un momento determinado. “Yo he preguntado a gente que por qué conducen así y me han dicho que por necesidad. O te acoplas a esas maneras o te juegas la vida. Tienes que esquivar obstáculos, animales… Saltarse la norma es básico para la supervivencia”, añade el motero profesional, que ha llegado a esquivar camellos en Somalia o pagar 600 euros de multa por sobrepasar en 10 kilómetros/hora el límite de velocidad: “Fue en Suiza, iba a 60 en una carretera de 50”.

Porque visitar otros destinos no solo es transitar nuevos paisajes o conocer costumbres distintas, también es lidiar con el tráfico. Y encontrarse con que la movilidad en otros países es un verdadero infierno. Y no solo en la India, donde coincide la impresión general. Hay más sitios, que, sin tener ese juicio popular, se suman a las increíbles cifras de automóviles en sus pistas. Emiratos Árabes es uno de ellos. Según un informe publicado por la plataforma digital Confused.com encabeza el ranking de mayores atascos del mundo. La confederación situada en el Golfo Pérsico, con unos 10 millones de habitantes, cuenta con 2,25 millones de vehículos matriculados y 4.080 kilómetros de carreteras. Es decir, que en cada kilómetro se llegan a concentrar 553 automóviles.

Después de Emiratos Árabes Unidos, siguiendo con el informe del portal web, se encuentran Hong Kong, con 821.933 automóviles y 2.107 kilómetros de asfalto, y Singapur, con 672.800 y 3.500. En ambos pueden juntarse 390 y 192 coches por kilómetro. Fuera del podio ya se sitúan Turquía, con 173 coches por cada kilómetros, Bulgaria (171) y Corea del Sur (160). Abundan en la lista naciones de Asia o Medio Oriente, aunque se cuelan entre medias países europeos como República Checa o Reino Unido. Para llegar a España hay que descender hasta el puesto 36 y ver cómo alberga más de 22,6 millones de vehículos en circulación en 683.175 kilómetros de carreteras. Esto supone 33 por cada uno, número bastante menor que los mencionados, pero por encima de China, Francia, Irlanda, Canadá o Brasil.

Además del tránsito, a estos volúmenes los acompaña el problema de la contaminación. Aunque no se corresponden literalmente con la lista, van asociados. Egipto es el país con los niveles de contaminación más altos. Lo contrario que Noruega, el último, o muy diferente a Reino Unido, que está entre los primeros puestos, pero no genera tantas emisiones (ocho microgramos por metro cúbico de aire, un 90% menos que Egipto). Una incógnita cuya solución puede deberse a la cantidad de coches eléctricos o más preparados para disminuir la polución.

El problema del tráfico y los atascos está relacionado con estas cantidades de automóviles y de kilómetros, pero también con otros aspectos. Dependiendo del lugar, conducir es el medio elegido por la ausencia de transporte público o la propia idiosincrasia. María Pilar Parra Contreras, profesora de sociología de la UCM, ve relación entre la identidad de una sociedad y su modo de moverse. “En las sociedades de Occidente, el coche se ha convertido en el aparato global de transporte, subordinando otras formas de movilidad como el caminar, la bicicleta o el tren. Tener un coche también puede implicar conquistar un cierto estilo de vida. Por ello, el apego al coche y su uso no están asociados únicamente a su carácter utilitario. La relación que establecemos con el coche no es equivalente a la que establecemos con una máquina que nos presta un servicio, sino que representa algo de mayor alcance”, apunta.

 

“La publicidad ha hecho posible que se conciba como un arquetipo de bondades entre las que destacan libertad, autonomía, rapidez y estética, a la vez que reduce otras experiencias como los atascos, los gastos e inversiones en infraestructuras, los problemas de aparcamiento, el ruido, la contaminación atmosférica, e incluso, los accidentes de tráfico”, añade, viendo cómo el progreso que denota el uso del coche va acompañado a la siniestralidad: “Hemos desarrollado un grado de tolerancia y resignación muy alto a todo lo que rodea al tráfico. En este contexto, la siniestralidad vial se concibe como un efecto colateral de un modelo de movilidad que, si bien no es el único, resulta casi irreversible”.

Y si miramos los datos, parece ser cierto: según los últimos estudios de Seguridad Vial de la ONU, los accidentes de tráfico siguen siendo los que más muertes causan en el mundo, por delante de los suicidios o el VIH. Aunque en 2019 y 2020 hayan disminuido, con la excepcionalidad presente de la pandemia, habría que mejorar las infraestructuras, educar vialmente y hacer cumplir la ley para paliarlo. Otras soluciones pasan por usar transporte colectivo o modificar el modelo de sociedad, más respetuoso con el medio ambiente y sin necesidad de pasar horas en un atasco.

O, regresando al caso de India, de sortear cabras, presionar continuamente el claxon o adelantar por un carril ficticio. Hasta Navin Piplani, director del Fondo Nacional Indio para el Patrimonio Artístico y Cultural (Intach), usa una palabra habitual: “Es caótico”. “No hay control. Puedes ir en cualquier dirección y por cualquier lugar. Decimos que Dios regula nuestro país porque nadie más lo hace”, explica. “La gente que utiliza el coche ni siquiera tiene licencia. Y la policía no hace nada o únicamente te multa, pero aprovechas ese papel como pasaporte para evitar otras”, comenta, añadiendo que para él y su familia conducir siempre es “la última opción”, y eso que no aparece en los primeros 50 puestos de la lista. Una paradoja que, aun así, da ciertas pistas: evita esos países con mayor número de vehículos por kilómetro, pero también aquellos donde la conducción sea una amenaza.

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