Puede que alguna vez, tras tropezarte con alguno por el pasillo, te hayas preguntado el porqué de esa desmedida afición de tu hijo o hija por los cochecitos de juguete.

 

La razón que podría explicar este interés tan generalizado entre la infancia es la necesidad del niño de entender su cotidianeidad. Como explica la organización Dr. Gummer’s Good Play Guide, mediante los cochecitos, al igual que con los juegos de construcciones, las muñecas o las cocinitas, los más pequeños se familiarizan con los roles que los adultos desempeñan a diario a su alrededor.

 

“Las criaturas se cruzan y montan a menudo en este tipo de vehículos, por lo que también les gusta incorporarlos en su tiempo de recreo. El juego imaginativo permite a los niños y niñas ejercitar su creatividad y les ayuda a dar sentido al mundo que los rodea”.

 

Si esta razón no fuera ya, de por sí, suficiente para considerar positivo este tipo de juegos (y compensar, así, el engorro que para muchos padres supone el disponer en su casa de un inmenso parque automovilístico en miniatura), la misma organización señala otros beneficios de los juguetes con ruedas.

 

Entre estos están los relacionados con el desarrollo físico y motor en la niñez. Cuando aún son bebés, perseguir o arrastrar este tipo de juguetes les da la excusa perfecta para comenzar a gatear, fortalecer los músculos de brazos y piernas, desarrollar su coordinación, así como su equilibrio y psicomotricidad gruesa. Estos juguetes también contribuyen a la mejora de su agudeza visual y del sentido del oído al tener que determinar en ocasiones dónde se encuentra el cochecito en función de dónde lo escuchen.

 

Para los que son algo más mayores, hacer girar o dar volteretas con los vehículos, por ejemplo, les ayuda a fortalecer las muñecas, así como la psicomotricidad fina.

 

Jugar a los coches es algo que puede hacerse de forma individual, lo que fomenta, además, la independencia durante la infancia. Pero también puede hacerse en grupo, lo que les permite aprender cuestiones relacionadas con la socialización, como el compartir o incluso negociar (por ejemplo, quién juega con el coche rojo y quién con el azul). La gestión de la frustración cuando se pierde (una carrera, por ejemplo) o el aprender a ganar son otros aspectos que también se fortalecen en este tipo de juegos.

 

Dr. Gummer’s Good Play Guide menciona también lo positivo que resulta que los niños y niñas jueguen a construir sus propias carreteras: “Les ayuda a desarrollar el pensamiento lógico, a aprender qué piezas pueden encajar y cómo afectará esto a la ruta del vehículo”.

 

Es un juego ideal para comprobar causas y efectos y de lo que ocurre, por ejemplo, cuando dejamos caer un coche por una rampa o qué pasa si no se frena a tiempo. Si en la carretera, además, se incorporan algunas señales, es una excelente y divertida manera para que las criaturas aprendan nociones importantes sobre seguridad vial.

 

Y si todo esto te parece poco, ahí va una razón por la que deberías alegrarte de que tu hijo o hija juegue con los cochecitos: ¡lo divertido que les resulta! 

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