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¿Pero cómo no te va a gustar conducir?
No me gusta conducir, así se titula una serie española, dirigida por Borja Cobeaga, que está cosechando un éxito tras otro. ¿Sinopsis? He aquí la historia de un profesor de universidad de 45 años, algo gruñón y en un momento convulso de su vida, que ha de sacarse el carnet de conducir y, por el camino, aprenderá unas cuantas lecciones existenciales, como el valor y la utilidad de las autoescuelas. En pantalla, sin perder nunca el barniz cómico, la odisea del protagonista para dominar el automóvil bajo la peculiar mirada de su instructor, «un educador» —como él mismo se define— para la posteridad audiovisual. Acaso el mejor copiloto para amenizar cada escena y compartir aptitudes al volante entre chascarrillos y frases hechas: «¡Fácil y para toda la familia!», «Donde hay hueco hay alegría», «Rueda al bordillo, carnet en el bolsillo».
«El hecho de que una serie de televisión destinada al gran público gire alrededor de la necesidad del protagonista de obtener el permiso de conducir revela la importancia que tiene este sector en el desarrollo particular y profesional de muchas personas día a día», reflexiona Enrique Lorca, presidente de la Confederación Nacional de Autoescuelas (CNAE) y de la Asociación Europea de Autoescuelas. «Al final, la autoescuela irrumpe en alguna ocasión en la vida de la mayoría de la gente», afirma.
Seguro que todos conservamos en la memoria un sinfín de anécdotas de aquella época: cuántas horas empleamos para preparar la teoría y la práctica, por qué lo hicimos, con quién íbamos y qué consejos, aunque no fueran tan pintorescos como el personaje de No me gusta conducir, nos daban los profesores. Y qué decir de nuestros primeros coche o moto, aquel primer susto en la autopista o el primer viaje con la letra «L» luciendo en el cristal. «Nuestra manera de conducir explica muchas cosas de nosotros mismos», sentencia el experto Enrique Lorca. «Y series como esta nos acercan al lado más humano de la formación y mantienen vivos nuestros recuerdos como alumnos».
CNAE, la voz del sector
«CNAE es la voz del sector», sostiene su presidente. Con más de medio siglo de trayectoria, la Confederación Nacional de Autoescuelas ejerce como interlocutora de las autoescuelas del país ante las administraciones públicas nacionales e internacionales, los agentes sociales y demás entidades. De ahí que, entre otras alianzas, esté integrada en la Federación Europea de Autoescuelas y en la Asociación Iberoamericana de Centros de Educación y Formación Vial.
La Confederación Nacional de Autoescuelas nació para establecer puentes con los segmentos claves de la movilidad urbana o el transporte por carretera, aparte de impulsar su agenda e imagen pública. Ahora, con un total de 55 asociaciones provinciales y locales, cuenta con presencia en toda España.
¡Marchando una oda a las autoescuelas!
La formación vial se antoja esencial para la convivencia entre vehículos y peatones en la ciudad o el mundo rural y para los desplazamientos en los diferentes tipos de vías. «La movilidad pasa necesariamente por las autoescuelas, convirtiéndose así en un eje transversal que afecta a numerosas actividades profesionales y particulares», comenta Enrique Lorca, al frente también de la Asociación Europea de Autoescuelas. En este sentido, como cantaría Bob Dylan, los tiempos están cambiando. «La enseñanza de la conducción siempre se ha ido adaptando. De aquellos cuadernillos de tests a poder descargarlos —o el propio manual— en el móvil, la conectividad del alumnado con el profesor de autoescuela es cada vez mayor. Incluso se introducen tutorías y clases en streaming para complementar las clases presenciales, que son el mejor canal formativo», arguye.
Y un ejemplo de estos cambios: en las clases prácticas para sacarse el carnet, los educadores pueden controlar el itinerario con un GPS y un algoritmo estima las fortalezas y debilidades del chico o la chica al volante. «Los ADAS o sistemas de ayuda avanzada al conductor también forman parte de la enseñanza y evaluación», indica el presidente de CNAE. Enrique Lorca subraya que en las autoescuelas «no se enseña simplemente a aprobar un examen». Si bien este objetivo hay que cumplirlo, la labor del centro va más allá: que el alumno o la alumna maneje el automóvil con cautela y destreza en cualquier carretera y circunstancia: con lluvia, de noche, en un atasco, con tráfico fluido, solo ante el peligro… «Cuando alguien se sube a un vehículo siempre existe un riesgo. De la correcta utilización de ese vehículo depende, en muchos casos, la vida del conductor y la de otros». Porque «todos los esfuerzos en materia de seguridad vial son pocos para concienciar a la sociedad por una movilidad responsable«, añade solemne.
Se trata de un aprendizaje continuo y que (casi) no tiene edad. Un ámbito —el de la educación vial— que evoluciona, suma y sigue. Y sí, toca revisar el código de circulación y las normas vigentes de cuando en cuando. Como con el ordenador para que funcione mejor, aquí conviene aplicar las actualizaciones.
Para ser buen conductor
A todo esto, ¿cómo hacer para ser un buen conductor? «Un buen conductor es aquel que está concienciado y sensibilizado con los factores de riesgo y la presencia en las vías urbanas e interurbanas de usuarios vulnerables como motociclistas, ciclistas o peatones», sintetiza Enrique Lorca. Una vez adquiridos los conocimientos imprescindibles y con unas condiciones psicofísicas adecuadas, los conductores más fiables reúnen otras cualidades como la precaución, la paciencia y la empatía con los demás. Porque pueden surgir imprevistos y, entonces, la concentración resulta primordial. También la prudencia: las prisas nunca son las mejores consejeras y causan un porcentaje muy elevado de accidentes.
Y, al margen de esto, «para conducir bien se requiere mantener una buena posición corporal, respetar los límites de velocidad y las señales, utilizar siempre los elementos de comunicación y mantener el vehículo limpio, en buenas condiciones», resuelve el presidente de CNAE.
¡Ojo! Errores comunes al volante
Sí, hay fallos recurrentes cuando vamos por carretera. Mala praxis ciertamente habitual. Aparte del exceso de velocidad, el uso del móvil en marcha o el estacionamiento en zonas prohibidas, «los errores más comunes que solemos cometer tienen que ver con el exceso de confianza», advierten desde la Confederación Nacional de Autoescuelas. Por ejemplo: posturas manifiestamente mejorables, agarrar el volante con una sola mano, ceñir mal el cinturón al cuerpo, descuidar la visibilidad de los retrovisores antes de arrancar, no descansar bien ante viajes largos, no respetar la distancia obligatoria, olvidar —valga la ironía— que el coche dispone de unas luces llamadas intermitentes o prestar una mala atención durante el trayecto, distrayéndonos con el equipo de música o el sistema GPS. Y un clásico veraniego: conducir con un calzado impropio, como pueden ser las chanclas. Son algunos ejemplos a vuela pluma. Deslices que pueden acarrear más de un disgusto. Mucho ojo.
¡Sí, me gusta conducir!
Pongámonos las pilas y adelante. «Aunque no es fácil, deberíamos intentar ir a los exámenes con la mayor tranquilidad posible. La serenidad es clave», sugiere Enrique Lorca. Porque, además de la preparación de la teoría y la práctica, a la hora de la verdad, recomienda que nadie pierda la concentración y la calma. «Mucha atención tanto a las indicaciones del examinador como al tráfico que nos rodea. Los nervios al volante suelen jugar malas pasadas. No se debe ir con miedo al examen práctico», concluye el presidente de CNAE, que desmiente leyendas urbanas como «que la DGT va a pillar con las preguntas» o «que el examinador te suspende si te rascas la cara». Se trata de conjeturas que saltan entre los aspirantes de generación a generación. «Son mitos que cuenta alguien que, generalmente, al finalizar el examen dice ‘Yo creo que lo he hecho bien’. Pero este aspecto ha de pasar de subjetivo a objetivo ¡y eso es labor del examinador!», zanja.
Parafraseando al profesor de la autoescuela de No me gusta conducir, ojalá este periplo inolvidable de sacarse el carnet resulte «¡Fácil y para toda la familia!».