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El alcohol, las drogas y el coche no pueden viajar juntos. Así de claro. Porque esta cruda realidad, la de la siniestralidad vinculada a unas copas y unas sustancias de más, requiere siempre máxima atención y prioridad. Porque, en otras palabras, hay que iluminar el semáforo en rojo ante cualquier conducta tóxica e insegura en la carretera. Y no solo se trata de multas, sanciones, pérdida de puntos del carnet, instalación del sistema de alcoholímetro antiarranque, sino que —en demasiadas ocasiones— es una cuestión de vida o muerte.
Pese a toda la información existente, los datos, las advertencias y las diferentes iniciativas en pro de la concienciación social al respecto, ¿valoramos el riesgo en su justa medida o relativizamos este drama tan cotidiano? «Somos más conscientes que hace veinte años, pero que en el 50% de los accidentes mortales en España —unos 1.000 al año, con 1.145 víctimas y 4.008 heridos en 2022— haya presencia de drogas demuestra que no somos lo suficientemente conscientes», señala la directora general de la Fundación Fad Juventud, Beatriz Martín. Datos a los que hay sumar otros tan terribles como los que maneja la Organización Mundial de la Salud (OMS), según la cual hasta 55.000 jóvenes de entre 15 y 29 años mueren anualmente en Europa por consumo de alcohol, la mayoría de ellos en accidentes de tráfico.
Por tanto, «siguen siendo necesarias la sensibilización y las campañas de prevención«. «También nos pone en alerta que un 35,7% de jóvenes llega a reconocer que en los últimos seis meses ha conducido bajo los efectos del alcohol al menos alguna vez, y un 3% a menudo», apunta, aludiendo al estudio Conducción y drogas. Factores subyacentes a los comportamientos de riesgo, publicado hace unos años por la Fad Juventud junto a la Fundación Mapfre.
Un informe del Consejo Europeo de Seguridad en el Transporte (ETSC) de 2018 estimaba en 2.654 las víctimas mortales registradas en accidentes de tráfico relacionados con el alcohol en 23 países de la UE. Una cifra que, no obstante, podría ser superior debido a los diversos métodos de contabilizar este tipo de accidentes entre los diversos estados.
Porque no todo es relativo, Einstein
Desde la Fundación Fad Juventud destacan que «en la franja de edad de los 18 a los 34 años, la sustancia más presente entre las víctimas de accidentes es el cannabis, y que hay más prevalencia en hombres que en mujeres». La estadística se vuelve tozuda, contradictoria, áspera: «Cuando hablamos concretamente de jóvenes y de su percepción del riesgo sobre esta práctica, retomando datos del estudio indicado, en el que se entrevistó a cerca de mil jóvenes españoles entre 16 y 30 años, existe un fuerte rechazo al consumo de sustancias en la conducción cuando se les pregunta en general». Hasta aquí, todo bien. Pero cuando se plantea el grado de acuerdo ante algunas afirmaciones objetivamente preocupantes, sorprende la alta tolerancia. La relativización frente a supuestos como “Puedes consumir solo las drogas que controlas” (13,4%) o “Puedes consumir cualquier droga, pero en la cantidad que sabes que puedes” (12,5%). Y también alerta el hecho de que más del 8% está de acuerdo en que “No hay problema en consumir cualquier droga en cualquier cantidad si controlas” o “No hay problema en consumir cualquier droga en cualquier cantidad si conoces formas de atenuar sus efectos”.
Relativizar el peligro ya de por sí es un peligro. No todo es relativo en esta vida.
Efectos del consumo de alcohol
«No pasa nada, que yo controlo»… Pues sí pasa. «El alcohol al volante disminuye la capacidad de reacción, la coordinación y, además, trastoca la percepción, todo lo cual aumenta la posibilidad de accidentes», explica Beatriz Martín. Unos efectos que tienen consecuencias directas en la conducción: «Se crea una falsa seguridad, lo que provoca menor prudencia al volante y una conducción más agresiva; se perciben peor las señales de tráfico, se calculan mal las distancias y se tiene más sensibilidad a los deslumbramientos; y al disminuirse la capacidad de concentración, hay mayor probabilidad de distraerse al volante y realizar una conducción menos precisa y coordinada». La directora general de la Fundación Fad Juventud añade: «El alcohol aumenta el tiempo de reacción a los imprevistos y disminuye los reflejos, lo cual genera que se tomen decisiones erróneas ante un peligro».
Y aún hay más: «La somnolencia que produce el alcohol agrava todo lo anterior».
Nos tomamos la última, ¿no?
Prevenir salva vidas
«Las campañas contribuyen a crear un clima social en el que aumenta la percepción del riesgo asociado a la conducción bajo los efectos del consumo«, indican desde Fad Juventud. La tarea de prevención multiplica su eficacia, sin duda, combinando incansablemente diferentes estrategias de sensibilización: iniciativas educativas —para transmitir el riesgo real y los efectos en las habilidades de autocontrol—, medidas ambientales —incrementando la oferta del transporte público en horario nocturno, por ejemplo—; y controles de alcoholemia más sanciones de tráfico, un revulsivo obvio.
Lo que está claro cuando se va a conducir, apostilla la experta Beatriz Martín, es que «la limitación del consumo de alcohol y otras drogas es una estrategia preventiva claramente efectiva». No hay debate. Pero también, al margen de la opción ideal que supone no tomar nada de nada, surgen opciones como la del conductor responsable que lleva a los demás amigos o amigas de vuelta a casa. «Una estrategia conjunta de todas las instituciones y personas implicadas en la disminución de la demanda y en el control de la oferta es clave para seguir aminorando los daños que causa el consumo de estupefacientes entre los más jóvenes», concluye la directora general de la Fad. Una reflexión para jóvenes y no tan jóvenes. Para toda la sociedad.
Así de claro: ¡cero alcohol al volante!
Así de claro: ¡cero alcohol al volante!