Los viajes urbanos en coches particulares deben dar paso a recorridos en distintos medios que sean igual de eficaces y menos contaminantes.
No es un objetivo sencillo y esto se está viendo, sobre todo, con los conductores veteranos, que se han acostumbrado durante décadas a considerar que el camino más corto entre dos puntos es una línea, lo más recta y fluida posible, entre el garaje de su domicilio y el más próximo a su trabajo. Según un estudio reciente, el 90% de todos los viajes diarios en Berlín, Hamburgo, París y Copenhague se realizan en un solo medio de transporte que, por lo general, suele ser el coche.
De todos modos, también conviene matizar que, gracias al transporte público, los coches particulares representan únicamente el 30% de los viajes en Berlín, el 42% en Hamburgo, el 33% en Copenhague y el 38% en París. Y esas son las proporciones que deberían estar cada vez más cubiertas por una intermodalidad que ya alcanza el 9,4% de los viajes en Berlín y más del 7% en Hamburgo y París. Copenhague tiene niveles bajísimos de intermodalidad, pero no es preocupante porque se deben al uso intensivo y exclusivo de un medio tan sostenible como la bicicleta.
La intermodalidad basada en transporte público ofrece muchos beneficios frente al uso intensivo de los coches particulares. Así, según un análisis de la Unión Europea, “los más importantes están relacionados con una reducción de la contaminación del aire, a través de niveles más bajos de NOx, PM, SO2, así como a niveles más bajos de emisiones de CO2.”

“En los casos en que caminar y andar en bicicleta reemplazan el tráfico motorizado”, sigue el análisis, “los buenos sistemas intermodales pueden reducir además los niveles de ruido, que actualmente causan un estrés severo (superior a 55 Lden, que es el estándar oficial comunitario) para casi 67 millones de personas, es decir, el 55% de la población que vive en ciudades con más de 250.000 habitantes”.
“El uso menos exclusivo y menos intensivo de automóviles particulares —advierte el análisis— también tiene efectos positivos en los niveles de congestión y el uso del suelo”. Al fin y al cabo, si hay menos coches, también podrá haber menos espacios para que transiten y estacionen. Y si esto último ocurre, entonces, en lugar de grandes aparcamientos o calles llenas de vehículos, se pondrán construir parques públicos, zonas verdes y otros espacios de convivencia.

Londres podría convertirse en el ejemplo de una gran metrópolis que apuesta cada vez más por una intermodalidad basada en el transporte público frente al uso intensivo de los coches particulares. Hablamos, advierten algunos expertos, de “una megaciudad con numerosos centros de alta densidad de población que requieren grandes intercambiadores”, entre los que cabe destacar “el Intercambiador de Vauxhall, un gran complejo que conecta el metro de Londres con el autobús, así como con bicicletas y puntos de alquiler de bicicletas de Barclays”.
Pero, además de unas sólidas infraestructuras de transporte público, las ciudades como Londres cuentan con otros elementos como el desarrollo de un software que permite planificar viajes intermodales, un sistema integrado de billetes de los principales medios de transporte y unas restricciones al tráfico que dificultan y encarecen la entrada y permanencia de los vehículos privados en centros urbanos muy congestionados.

Otras variables claves


De todos modos, el éxito o el fracaso de la expansión de la intermodalidad basada en el transporte público frente al uso intensivo de los coches particulares también va a depender de otras variables importantes, como, por ejemplo, el envejecimiento de la población.
Una porción significativa de los mayores se ha acostumbrado a utilizar intensivamente el coche en la ciudad y no solo quiere seguir haciéndolo, sino que la creciente automatización de los vehículos se lo puede facilitar hasta edades muy avanzadas. Es más, si los vehículos autónomos cumplen su promesa, los mayores podrían seguir utilizando sus coches muchos años después de que ya no se sientan capaces de conducirlos con seguridad.
Los jóvenes tienden a estar más abiertos a la intermodalidad basada en el transporte público o compartido que la población mayor, aspecto que se aprecia en el menor interés que muestran tanto en sacarse el carnet de conducir como en tener un vehículo en propiedad o en recorrer más kilómetros con el coche.

Además de los jóvenes, otro elemento que puede favorecer la intermodalidad basada en el transporte público es el rotundo crecimiento de las ciudades. Se vuelven más atractivos el metro y el tren si, como ocurre con la expansión de grandes urbes como Madrid, aumentan también las distancias medias que hay que recorrer para llegar al trabajo y se tarda más en recorrer esas distancias porque hay más coches en la carretera y, por lo tanto, más retenciones y atascos.
En las tres décadas que van desde 2005 hasta 2035, Londres podría incrementar su población en tres millones de habitantes, París en dos millones, Madrid en un millón y medio y Shanghái en casi 17 millones de almas.
Otro aspecto que favorece la intermodalidad, según los expertos, son “las nuevas formas de transporte, como las bicicletas eléctricas y plataformas de alquiler de automóviles y viajes compartidos, que amplían las opciones de movilidad de las personas mayores sin necesidad de poseer un automóvil”. Quizás los jóvenes puedan y quieran exprimir más estos nuevos servicios, pero eso no significa que los mayores no los aprovechen.

Curiosamente, el individualismo y la consiguiente reducción en el tamaño de los hogares pueden alimentar, igualmente, la intermodalidad. Al final, advierten los expertos, “se requiere una movilidad más compleja para establecer y mantener contactos sociales, así como para realizar otras actividades, lo que a su vez incrementa la demanda de transporte”. Además, siguen, las necesidades de movilidad de las personas “se vuelven más complejas debido a la liberalización de los horarios y las condiciones laborales, lo que hace que los patrones de desplazamiento sean menos regulares”.
La digitalización y el progreso tecnológico también están teniendo un impacto enorme a la hora de facilitar la intermodalidad frente a los viajes en coches particulares. Es más, señalan, “la movilidad se puede considerar digitalizada con las nuevas expectativas del viajero conectado, los nuevos usos del tiempo de viaje y los nuevos tipos de servicios que posibilitan la revolución digital”. El progreso tecnológico, por su parte, está en condiciones de ofrecernos múltiples opciones de movilidad compartida y nuevas herramientas para planificar fácilmente un viaje en dos o tres medios de transporte diferentes.
Todas estas tendencias, desde la digitalización de la conducción y los desplazamientos hasta las crecientes dificultades de unos hogares cada vez más dispersos y reducidos, pasando por el fuerte crecimiento de las grandes urbes, las nuevas inclinaciones de la población joven o el despliegue de nuevos medios de transporte como las bicicletas y los patinetes eléctricos, todas estas tendencias, juntas y por separado, están provocando que la intermodalidad cada vez sea una alternativa más atractiva para millones de personas que, por el momento, prefieren el coche como único medio de transporte.