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El fuerte aumento de los profesionales que tienen que recorrer largas distancias para llegar a sus oficinas impacta de lleno en las emisiones y, por lo tanto, en la calidad del aire de las ciudades y el cambio climático.
Globalmente, la proporción de personas que realizan viajes de 90 a 120 minutos al menos una vez por semana rebasa ampliamente el 3%, según Euromonitor. La cifra, que es aparentemente minúscula, esconde dos grandes realidades: que hablamos de decenas de millones de personas en todo el mundo y que en tan solo cuatro años esa enorme cantidad se ha disparado un 65%.
Podría parecer que es un fenómeno exclusivo de países emergentes con problemas de infraestructuras, ciudades caóticas, crecimientos estratosféricos de la población y un tráfico infernal. Vendrían así a la cabeza urbes tan complicadas como São Paulo o Bogotá, para las que hasta existen estudios que relacionan las horas que se pasan los habitantes muchos días en la carretera y el desarrollo de enfermedades mentales como la depresión.
La realidad, sin embargo, es muy distinta en este caso. Según un análisis de la Universidad de Stanford sobre las diez mayores urbes de Estados Unidos, las personas que recorren como mínimo 120 kilómetros para llegar, sobre todo, a su lugar de trabajo se han disparado en algo más de un 30% desde 2019. Entre la ida y la vuelta, ya son millones los superviajeros que se pasan más de cuatro horas de media en tránsito y, muy especialmente, en la carretera.
Según los expertos de Stanford, Washington D.C. registró el mayor aumento de superviajeros, con un espectacular crecimiento del 100%; y Nueva York se posicionó en segundo lugar con un salto de casi el 90%. El incremento fue bastante menor en ciudades como Fénix (57%), Dallas (29%), Filadelfia (28%) o Los Ángeles (20%). Finalmente, en el otro extremo de la tabla, Chicago fue la única megaciudad donde los superviajeros descendieron.
Es difícil echar la culpa a las malas infraestructuras o la explosión demográfica en las grandes metrópolis de un país desarrollado que, además, es la primera potencia mundial y líder en innovación tecnológica. En cuanto a la densidad del tráfico, los embotellamientos no explican el aumento de las distancias medidas en kilómetros entre el domicilio y la oficina. Tardar más no es lo mismo que estar más lejos. ¿Pero qué es lo que ha sucedido entonces? Las pistas se esconden detrás de los extraños resultados de los dos casos más extremos del análisis de Stanford: Chicago y Washington D.C.
Así, en 2023, según los datos de INRIX, Chicago fue la quinta ciudad más congestionada del mundo y sus números empeoraron sustancialmente entre 2019 y 2023, frente a los de Nueva York o Los Ángeles. Es decir, su tráfico empeoró y, al mismo tiempo, disminuyó el porcentaje de superviajeros.
Por otra parte, Washington D.C., que es la ciudad en la que más han aumentado los superviajeros, también es una de las megaciudades estadounidenses que más ha rebajado, según INRIX, las horas que se pasan los vecinos en la carretera. Es decir, la capital americana ha incrementado significativamente el porcentaje de los que recorren al menos 120 kilómetros sobre todo para ir a trabajar y, al mismo tiempo, ha recortado un 9% las horas que sus vecinos pasan en la carretera.
Sin misterios
Las incógnitas empiezan a despejarse cuando tenemos en cuenta que, según los expertos de Stanford, ahora la población se desplaza más rápido. Dicho de otra forma, los washingtonianos están dispuestos a recorrer mayores distancias (convirtiéndose algunos de ellos en superviajeros), porque pueden completarlas en menos tiempo. El descenso de las horas totales que dedican a ir al trabajo estaría relacionado no tanto las distancias, sino con que el tráfico es más fluido.
La pandemia, que volvió más atractivas las zonas residenciales y ajardinadas fuera del núcleo urbano, también pudo tentarles para vivir más lejos de unas oficinas que, comúnmente, se encuentran en el centro de las grandes ciudades. Además, vender una casa en el centro muchas veces deja un margen suficiente para comprarse otra más grande y con más servicios en las afueras, y millones de familias hicieron operaciones como esa en 2021 o 2022.
El ascenso del teletrabajo también podría haber alargado las distancias entre el domicilio y la oficina. Más de un 20% de los estadounidenses teletrabaja, una cifra probablemente superior en las diez principales ciudades del país, y la mayoría tiene jornadas híbridas. Es decir, algunos días no necesitan estar presencialmente en la oficina y eso significa, normalmente, que se conectan desde su casa. Así, pueden aceptar vivir más lejos o hacer viajes más largos (convirtiéndose en superviajeros) siempre que los hagan con menos frecuencia.
En principio, si el teletrabajo ha reducido el número de desplazamientos y ha mejorado la fluidez del tráfico, eso podría volver mucho más sostenible que antes vivir lejos de la oficina. Y, muy especialmente, teniendo en cuenta que el transporte de pasajeros es una de las fuentes principales de las emisiones mundiales de CO2, y que los viajes en coche de las ciudades son uno de sus ingredientes fundamentales.
De qué depende la sostenibilidad
Según un estudio reciente sobre el transporte urbano en París, las emisiones de CO2 aumentan cuando utilizamos más veces el coche, recorremos unas distancias más largas con él o conducimos un vehículo más contaminante. Y esos, precisamente, son los requisitos que tienen que cumplir los superviajeros para que su estilo de vida no sea sostenible.
Sin embargo, si los superviajeros abrazan las jornadas híbridas, deberían reducir también con ello el uso de los vehículos y mejorar la fluidez del tráfico. Según algunas estimaciones, los parones y acelerones continuos de un embotellamiento a 45 km/h aumentan las emisiones alrededor de un 40%.
Por otra parte, los superviajeros pueden hacer, al final de la semana, menos kilómetros que los trabajadores que tienen que desplazarse diariamente a su puesto de trabajo. Una o dos jornadas remotas a la semana pueden ser un incentivo para vivir más lejos, pero no lejísimos.
De todos modos, aunque las distancias recorridas fueran las mismas, e incluso superiores, habría que tener en cuenta que los superviajeros suelen ser profesionales cualificados y que, por eso mismo, disponen de mayores ingresos y recursos para adquirir un coche eléctrico. En Europa y Estados Unidos, las diferencias de precio entre los eléctricos y los de combustión son de dos dígitos.
Y todos ellos son detalles importantes, porque el ascenso de los superviajeros ha coincidido con la irrupción de los vehículos híbridos y de cero emisiones que, entre 2019 y 2023, pasaron de menos de 10 millones a más de 40 millones de unidades en todo el mundo, según la Agencia Internacional de la Energía.
Justamente, ese es el periodo en el que los superviajeros se dispararon un 65% en todo el mundo, según Euromonitor. Y también fue entonces cuando las emisiones del transporte urbano por carretera descendieron en la Unión Europea más de un 4% y cuando las dos mayores ciudades del Viejo Continente, Londres y París, ampliaron su población en más de 200.000 y 500.000 habitantes respectivamente y, sin embargo, el tiempo que se pasaban sus vecinos en la carretera ni siquiera aumentó un 4%.
En conclusión, ya se ve que el ascenso de los superviajeros en los últimos años no es ni mucho menos incompatible con la sostenibilidad. De hecho, vivir más lejos del trabajo puede contribuir positivamente a la transición ecológica si, como hemos visto, ayuda a reducir las distancias recorridas en coche al final de la semana, si esas distancias se recorren con un tráfico más fluido o si los vehículos que conducen los superviajeros son híbridos y eléctricos.
Escribe: Gonzalo Toca